jueves, 17 de noviembre de 2011

    
No estaba hambriento, pero ver a aquella indefensa y bonita niña caminando por el bosque, y hablando con los animales, me abrió el apetito.
          Comencé a andar sigilosamente, hasta llegar a unos arbustos desde los que la podía ver perfectamente.
          Me acerqué hacia ella, y una vez situado a sus espaldas, empecé a hablar, sabiendo que la niña miraría hacia atrás, y me respondería, pero antes gritaría de miedo.
          Al darse la vuelta, como yo no había previsto, simplemente sonrió y me invitó a unirme al grupo de amigos. Acepté, y después de un rato allí, le pregunté que a dónde iba tan sola por aquellos peligrosos caminos. Me respondió que tenía que llevarle un poco de comida y medicinas a su abuelita, ya que estaba enfermita. Al mostrarme la pequeña cesta en la que tenía guardados los alimentos, tuve ganas de darle un zarpazo y robárselos, pero preferí esperar.
          Dejó de conversar con los animales, y cuando se disponía a seguir su camino, le pregunté si quería que le acompañara. Me dijo que no, que sabía el camino de memoria.
          De pronto me acordé de que para ir a la zona en la que estaba situada la casa de su vieja abuela, había dos posibles caminos. Uno largo y otro corto.
          La pequeña niña se disponía a ir por el camino más corto, por lo que aprovechándome de su inocencia, ya que estaba hambriento, le dije que el camino contrario haría que llegase antes.
          Ella dudó unos minutos, pero terminó accediendo, y agradeciéndome mi “bondad.”
          Al ver que se alejaba, y contando con mi extrema rapidez y ferocidad, corrí hasta el lugar donde se encontraba la abuela de la niña, por supuesto, por el camino más corto.
          Llamé a la puerta y fingí la voz de su nieta, que pedía que su abuelita le abriese la puerta.
          Cuando ésta lo hizo, sin pensarlo dos veces, le dí un golpe, y la escondí en el armario, pero antes cogí su ropa y me la puse para parecer la abuelita, y que la niña no me reconociese.
          Al llegar la chiquilla, después de un buen rato, entró en la habitación en la que yo estaba acostado entre las sábanas de la cama, y vino a abrazarme.
          Empezó a decirme que veía cosas raras en mi cara, y yo le respondía que era para verla, oírla, etc. mejor. Cuando me dijo que tenía una boca gigante, cansado de que me preguntase, y sin más respuestas que dar, salté de la cama y le amenacé diciendo que me la comería.
          Abrió la puerta, y comenzamos a correr, yo detrás de ella, y no con buenas intenciones, cuando noté un fuerte golpe en la cabeza.
          Lo único que recuerdo es que antes de desmayarme, oía la voz de una niña llorando, y un hombre consolándola...

jueves, 10 de noviembre de 2011

Mis primeros recuerdos del colegio


Era mi primer día de guardería. Me habían aceptado en “ABC”, y estaba muy nerviosa, pero a la vez enfadada, ya que no tenía nada de ganas de empezar.
          Al llegar allí, podía ver a los niños que pronto serían mis compañeros jugando juntos. Se oía un barullo.
          Cuando una profesora abrió la puerta, vi como un niño más o menos de mi estatura, se acercaba, y se quedaba al lado de la puerta.
          Después de despedirme de mi madre, entré en aquel lugar extraño y desconocido, para mí, y miré alrededor. Aquel niño que me miraba desde la puerta, se acercó a mi y me saludó.
          Estaba frustrada, ya que todo allí era nuevo para mí, por lo que sin pensarlo, agarré la cara de aquel indefenso niño, y le mordí el moflete. Él empezó a llorar, y cuando las cuidadoras vieron el pedazo mordisco que le había dado, me castigaron mirando a la pared.
          Desde aquel día, según decía mi abuelo, siempre que éste pasaba por allí, de paso que iba a comprar el pan, me veía muy triste mirando, castigada, hacia la pared.
          Pronto me cambié de colegio, y fui al “Ludy”. Estuve allí desde los 3 añitos.
          Recuerdo que mis mejores amigas eran Carla, Claudia y Antía.
          A lo largo de los años, Antía y Claudia se fueron del colegio, y sólo quedamos de aquel grupo, Carla y yo. Éramos mejores amigas, y nos encantaba ser iguales en todo.
          Un día, volvíamos del comedor, con el estómago lleno de comida que no nos gustaba, y deseando ir al patio para jugar, antes de que empezasen las clases de por la tarde. Al subir, llegamos al pasillo que conducía hasta la puerta de salida, y nos quedamos paradas en frente de la secretaría, que estaba a unos metros de la puerta. Había unos hombres descargando material de un camión, por lo que una de las gigantes puertas, estaba abierta. Y no es que las puertas fuesen tan grandes como digo, sino que con cinco años, todo parece el doble de lo que realmente es.
          Mientras mirábamos la calle, vimos pasar un perro precioso. Era un Koker Spaniel. Cala y yo nos miramos con cara de admiración. Un rato después, pasó otro perrito, esta vez más pequeño, y para mi gusto, más feo que el anterior.
          Nos fuimos a jugar, y mientras tanto, comenzamos a hablar de los perritos que habíamos visto. Carla dijo que a ella le gustaba más el segundo, y yo dije que a mi el primero. Tan pronto como yo dije eso, ella cambió rápidamente de idea y me aseguró que a ella sólo le gustaba el mismo que a mí.
          Yo también hacía eso algunas veces.
          Desde que la conozco, Carla ha sido siempre mi mejor amiga, y aunque ahora no nos veamos, cuando nos vemos, nos alegramos muchísimo.