martes, 13 de marzo de 2012

Hansel y Grettel



            Con el horno bien caliente, la bruja preparándose para cocinarnos, y mi hermano Hansel y yo atados con cuerdas en manos y pies, presentía que se acercaba la hora de nuestra muerte.
          De repente vi que las cuerdas que nos sujetaban, eran simplemente serpientes de gominola largas. Se me ocurrió una idea.
          Le dije a Hansel que mordiera mis cuerdas, y yo le hice lo mismo. Estábamos libres, y la vieja bruja no se había ni dado cuenta.
          Mientras ésta subía la temperatura del horno, y para hacerlo se agachaba, cogimos carrerilla, y le dimos un fuerte empujón en el culo, haciendo que se metiera en el horno. Rápidamente lo cerramos, y nos escapamos.
         
          Os preguntaréis cómo fuimos a para a quel extraño lugar. La verdad es que es una historia muy larga, y bastante triste.
         
          Aquella mujer, la nueva “madrastra”, nos odiaba tanto, que un buen día decidió llevarnos de paseo al bosque, y nosotros, tan inocentes, pensamos que era para divertirnos de excursión.
          Al llegar al medio del bosque, nos dejó abandonados, sin otra cosa que una barra de duro pan, que utilizamos para marcar nuestro camino, y no perdernos.
         
          En medio del recorrido, vimos a lo lejos una casa preciosa y llamativa, con muchos colores. Al adentrarnos en ella, nos dimos cuenta de que estaba hecha de golosinas de todos los tipos y sabores.
          Nos había abierto la puerta una señora un poco mayor, que nos invitó muy amablemente.
          Nos dió todas las gominolas que quisimos, día tras día, hasta que nos empachábamos. Ahora me doy cuenta de que eso precisamente era lo que quería, hacernos comer y comer hasta llenarnos tanto como pelotas, y luego comernos asados en el horno como pollos.
          Por mucho que lo intentó, nunca lo consiguió, y es más, recibió lo que se merecía, porque como se dice: “no desees a otro lo que no quieres que te ocurra a ti”.
         
          Volvimos a casa siguiendo las pocas migas de pan que quedaban, ya que los pájaros las habían devorado todas, y juntos, como siempre, preparados para contarle todo a nuestro querido padre.

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